Desde finales de la Guerra Fría hasta nuestros días, Estados Unidos y sus aliados occidentales han gozado de los privilegios de la hegemonía y el poder sin limites (en mayor o menor medida dependiendo el caso en cuestión). Hoy, podemos asegurar que el mundo sufre cambios vertiginosos que ponen entredicho el papel que el Occidente colectivo ha tenido hasta el momento.
Hoy, el rol en áreas como la economía, el comercio, la tecnología y la diplomacia que tiene China representan un verdadero desafío para Estados Unidos y la Unión Europea, acostumbrados a poseer el monopolio del mundo sin competencia alguna.
Por otra parte, países como Rusia o Irán juegan un rol importante dentro del sector militar, amenazando diariamente los intereses occidentales en muchas regiones del mundo, pero en especial en zonas como el Golfo Pérsico, principal centro de explotación de recursos petroleros del mundo.
Y es dentro de toda la coyuntura geopolítica tan convulsa que vivimos que los países latinoamericanos deben redefinir su posición dentro del tablero internacional de poder y apostar por una mayor organización interna para su defensa frente a las amenazas globales.
El mundo occidental se desmorona lentamente, no sin antes asestar sus últimos golpes tratando de sobrevivir como pez en tierra firme que carece de agua para seguir subsistiendo. Ante esto, no es de extrañar todas las artimañas injerencistas de Estados Unidos y compañía en nuestro continente para tratar de seguir manteniendo su predominio sobre los recursos naturales que poseemos. Estados Unidos buscará hacer frente a sus enemigos utilizando América Latina como su gran centro de abastecimiento para no agotar los escasos recursos que ya tiene Washington.
Estamos ante un escenario adverso en el que las grandes potencias "de toda la vida" pierden un papel protagónico que no están dispuesto a abandonar y harán lo que sea necesario para continuar manteniéndolo.
América Latina debe, por tanto, asumir un rol más activo en la esfera internacional en defensa de un realineamiento del orden mundial y propugnando por un reparto más equilibrado del poder (y todo lo que ello conlleva, como tareas y responsabilidades en la gran familia mundial).
La decadencia de Occidente es una ventana de oportunidad clave para nuestras naciones que, a nuestro juicio, están preparadas para ejercer una mayor influencia internacional haciendo uso de sus propias particularidades (en especial sus recursos naturales, muy codiciados por los actores extranjeros).
Es claro que las diferencias internas y la falta de voluntad de algunos gobiernos regionales en la conformación de un frente común latinoamericano que haga frente a los desafíos porvenir será un lastre al momento de establecer una estrategia conjunta. Sin embargo, nuestras sociedades poseen muchos elementos en común que pueden empujar y forzar dicha asociación estratégica.
Debemos tomarnos esto en serio. El mundo atraviesa momentos críticos que irán a peor: el cambio climático y la lucha por los recursos en todo el mundo se incrementará, forzando a las naciones a una lucha por el control de lo poco que aún quede. Ante ello, ¿cómo lo afrontarán nuestras naciones? ¿Con estrategias en solitario que poco efecto puedan surtir? ¿O con una estrategia común que ponga sobre la mesa la voz y visión de nuestros pueblos?
Preferimos lo segundo.
La lucha por el poder no puede encontrarnos desprevenidos y sin preparar. Por el contrario, debemos estar en la primera línea de combate dando la lucha por un mundo más justo en el que todas las partes acuerden consensos básicos (la no injerencia, el respeto a la soberanía de los pueblos y la colaboración desinteresada en los problemas comunes que nos afectan como humanidad). Solo una América Latina fuerte tendrá la capacidad de resistencia necesaria para hacer frente a los cambios que se producen ante nuestros ojos hoy, pero cuyo impacto vendrá mañana.
Foto: Center for National Policy Research.
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