El futuro de Europa, y quizá de Occidente, pende un fino hilo y ese se llama Moldavia. Aunque pueda parecerles exagerado, es en este pequeño país, de algo menos de tres millones de habitantes y 33,000 kilómetros cuadrados, donde se está desarrollando el verdadero pulso por la hegemonía global entre Occidente, que lideran la Unión Europea (UE) y la OTAN, y la nueva Rusia ultraderechista de Putin, que conduce un nuevo bloque mundial con pretensiones imperiales.
Rusia lleva años desestabilizando la periferia postsoviética, con sus agresiones a Moldavia, Georgia, Armenia -a través de su ahora aliado Azerbaiyán- y a Ucrania, habiéndoles sustraído a todos estos países algunas posesiones territoriales y presionándoles descaradamente para evitar su ingreso en la UE y la OTAN y su acercamiento a los Estados Unidos. Moldavia, que lleva años sufriendo las presiones rusas, bien sea a través de campañas de desinformación, ataques cibernéticos, y claras interferencias políticas apoyando determinadas campañas electorales, como en las últimas presidenciales moldavas apoyando al candidato Alexandr Stoianoglo, ahora está en el centro de la diana por varios motivos.
Si Occidente, tras la victoria de Donald Trump, que piensa supuestamente resolver en "24 horas" la crisis de Ucrania, cambia sustancialmente su política de ayuda económica y militar a este país frente a la agresión rusa, reduciéndola e incluso suprimiéndola, asistiremos a sustanciales cambios geopolíticos en el continente. Un cambio con respecto a Ucrania en la administración norteamericana tendrá su influencia en las políticas de la Unión Europea (UE) con respecto a este país. La caótica e irresponsable salida de las tropas norteamericanas de Afganistán, en agosto del año 2021, precipitó la salida del resto de contingente militar destinado en este país en misiones de paz, incluidos todos los militares pertenecientes a los países miembros de la UE, quedando claro que sin el soporte político de Estados Unidos no hay misión que aguante ni ejército que resista.
Aparte de ese esperado giro de la administración norteamericana con respecto a su política con Ucrania, asunto en el que no es baladí la estrecha y amistosa relación del reelegido presidente Donald Trump y el máximo líder ruso, Vladimir Putin, en la UE tampoco la situación es la más favorable para la causa ucraniana. La mayor parte de los aliados europeos de Ucrania se están cansando de una guerra interminable y son ya muchos los que claman por un acuerdo diplomático con Rusia. Luego, dentro de la UE hay países claramente profusos y contrarios a seguir manteniendo la ayuda a Ucrania, como son los casos de la Hungría de Viktor Orbán y Eslovaquia.
El ascenso de la extrema derecha en España, Francia, Alemania, Austria y otros países europeos, además, ha creado un nuevo clima político en Europa, en el sentido que la derecha europea continental ha ido radicalizando su discurso y muestra unas tesis rayanas a las formaciones más ultras en muchas cuestiones, como la ayuda ucraniana o la política exterior de la UE con respecto a Rusia. Muchos partidos ultras de Europa, como VOX de España, el Partido de la Libertad de Austria, (FPO), Reagrupación Nacional de Francia, la Liga de Mateo Salvin en Italiai y la Alternativa para Alemania (AfD), por poner algunos ejemplos, son la quinta columna de Putin en Europa y algunos de ellos incluso han sido financiados por Rusia.
Sin dejar de lado que Moscú ha introducido su caballo de Troya en la Europa unida, Rusia ha conseguido también influir en la vida política de Georgia, donde el partido ultraderechista Sueño Georgiano se impuso en las últimas elecciones generales con el 52% de los votos. La oposición georgiana, conformada por los partidos Unidad, Coalición por los Cambios, Georgia Fuerte y Gajaria por Georgia, han rechazado los resultados y tampoco los han reconocido, alegando que los mismos son el resultado de un fraude perpetrado por el gobernante y ahora partido ganador Sueño Georgiano.
Pero, aunque la oposición no ha aceptado los resultados, el primer ministro georgiano, Irakli Kobajidze, se apresta a formar gobierno y es más que seguro que seguirá otros cuatro años al frente del ejecutivo de su país.
Paradójicamente, pese a este giro prorruso y antieuropeo en la política georgiana, que aleja al país de su posible integración en la UE y la OTAN, Georgia es uno de los países de la periferia de Rusia que más ha sufrido las pretensiones imperiales de Moscú. En la década de los noventa del siglo pasado, Rusia apoyó la secesión de Abjasía y Osetia del Sur, incluso reconociéndolas como nuevos "Estados" independientes del poder georgiano, e incluso en el 2008 fuerzas rusas casi llegan a la capital, Tiflis, tras un fallido intento de las tropas de Georgia por recuperar Osetia del Sur, territorio ocupado aun por los rusos. Los intentos políticos y diplomáticos por recuperar estos territorios siempre han chocado con la intransigencia de Moscú y no se percibe en el cercano plazo esperanza alguna de que Georgia los pueda recuperar.
Aparte de todos estos antecedentes, para tratar de explicar aunque sea sucintamente de que Moldavia se adentra en un tiempo oscuro e incierto, hay que recordar que una octava parte de Moldavia, concretamente la región de Transnistria, se encuentra ocupada por las tropas rusas desde 1991, cuando apoyaron el experimento secesionista de los separatas prorrusos de esta región, entre noviembre de 1990 y marzo de 1992, con la ayuda del XIV Ejército soviético estacionado en este territorio, y que este conflicto difícilmente se resolverá sin la presión exterior a Moscú, algo impensable en los nuevos tiempos que nos esperan con un Putin fortalecido y, seguramente, apoyado por los Estados Unidos en sus pretensiones neoimperialistas con sus vecinos y antiguos socios en la extinta URSS.
Pero más peligrosa todavía, si se puede, que la situación de Transnistria es la de la Gaugazia, una región autónoma de Moldavia donde habita una pequeña minoría túrquica de religión ortodoxa y donde sus máximos dirigentes son prorrusos. Los gaugazios siempre se han movido, al menos desde la independencia de Moldavia en 1991, entre la autonomía que les ofrecieron las autoridades de Chisináu y el derecho a la autodeterminación, en parte azuzados por Moscú, que les apoya en sus demandas y les alienta a separarse de Moldavia.
A este respecto, conviene recordar que la Unión Europea impuso sanciones a Yevguenia Gutsul, líder prorrusa de Gagauzia, por promover el separatismo en Moldavia, coincidiendo con elecciones presidenciales y el referéndum de adhesión a la UE, ganado por la presidente moldava, Maïa Sandu, pírricamente en octubre de este año. Para más inri, los ajustados resultados obtenidos por Sandu en las presidenciales, apenas superó el 55% de los votos, colocan a esta nación en una situación de manifiesta debilidad y claramente sometida a las presiones de una Rusia que cada vez se siente más decidida a intervenir en los asuntos de sus vecinos.
Comentarios
Publicar un comentario